En ética, el consecuencialismo, también conocido como ética teleológica (del griego τέλος telos, 'fin', en el sentido de finalidad) se refiere a todas aquellas teorías de la ética normativa que sostienen que la corrección o incorrección de nuestras acciones está determinada por el valor o desvalor que ocurre debido a ellas. Para las teorías consecuencialistas, una acción se juzga correcta si genera el mayor bien posible o un excedente de la cantidad de bien sobre el mal. Así, en la visión consecuencialista el buen proceder es el que optimiza algunos valores dados axiológicamente por una metaética, siempre que los valores hagan referencia a un efecto en el mundo.[1]
Un aspecto destacado es la existencia del consecuencialismo negativo, el cual otorga prioridad absoluta a la reducción de desvalores como el sufrimiento. Según esta perspectiva, no existe valor positivo en sí mismo que pueda compensar el daño inherente de los desvalores. Este enfoque puede clasificarse en dos variantes principales: el consecuencialismo negativo pleno, que sostiene que solo se puede reducir el desvalor sin fomentar directamente valores positivos, y el consecuencialismo negativo moderado, que permite la promoción de valores positivos siempre que no interfiera con la reducción prioritaria de desvalores (Broome, 1991; Slote, 1984).
Otra división clave es entre el consecuencialismo directo y el indirecto. El primero aboga por evaluar cada acción de forma individual en función de las consecuencias inmediatas, mientras que el segundo plantea que seguir estrategias o reglas que produzcan mejores resultados a largo plazo es más efectivo, incluso si estas no maximizan el valor positivo en situaciones específicas. El consecuencialismo de las reglas, una variante del indirecto, sugiere que debemos actuar conforme a un conjunto de reglas cuya implementación continua garantice mejores resultados globales (Hooker, 2000).
El consecuencialismo satisfaccionista añade otra capa de matiz, al proponer que no es necesario maximizar siempre el impacto positivo, sino actuar hasta alcanzar un nivel suficiente de impacto positivo. En contraste, el consecuencialismo maximizador sostiene que las acciones correctas son aquellas que logran el mejor resultado posible en todas las circunstancias (Slote, 1984). Estas diferencias no solo reflejan debates sobre la intensidad del compromiso ético que demanda el consecuencialismo, sino también cómo deben equilibrarse los intereses individuales y colectivos en la práctica moral.
Por último, las críticas al consecuencialismo señalan su potencial para justificar actos que en otros contextos serían inaceptables, como sacrificar a unos pocos para beneficiar a muchos. No obstante, los defensores argumentan que este enfoque permite evitar resultados catastróficos y maximizar el bienestar colectivo, adaptándose a la incertidumbre inherente de las decisiones humanas al basarse en expectativas razonables en lugar de resultados garantizados (Railton, 1984).